
Era un domingo frío, lluvioso, de esos que invitan a todo menos a salir de casa. El parte meteorológico era tirando a muy malo en casi toda la piel de toro. Las "típicas lluvias a mares" en la costa levantina, viento en el sur, y de nuevo lluvia en el centro. Mira por dónde, tan sólo se salvaba la tan sufrida cornisa cantábrica, donde unos claros intermitentes le daban cierto respiro a sus vecinos. Nada hacía presagiar lo que aquel 3 de diciembre de 1989 nos tenía preparado.
En mi urbanización, creo recordar que aquella tarde estábamos Quique, Pachi y yo sentados en la sala de televisión del Pabellón. La película que estábamos viendo se corta de repente. Sin más, "Avance Informativo". Cuando veo la cara del presentador pienso que algo gordo había pasado. El sollozo del cielo de Madrid en forma de lluvia, tornó en llanto. Todo se precipitó, tan lento y tan rápido a la vez, que los recuerdos permanecen inalterables en nuestra memoria, como si hubiese pasado ayer, pero no, desde áquel día hace ya 20 años. Maldito día.
Las radios echaban humo. Los que habían desafiado al frío para salir a comer fuera aquel domingo, no se lo podían creer en su camino de regreso a casa. Todo parecía un mal sueño. Ojalá lo fuera. Una estúpida pesadilla, innecesaria ella, de guión errático y reglones torcidos, un final demasiado duro para un cuento de hadas, un epílogo injusto para el libro más bello. En las noticias, reinaba la confusión. El único dato confirmado era el accidente de tráfico, muy grave (la palabra mortal no se dice hasta que no lo confirme el forense) de un jugador del Real Madrid de baloncesto. Nadie quería dar crédito a lo que los medios contaban.
Mientras, en el Viejo Pabellón de la Ciudad Deportiva madridista, los jugadores merengues, esperaban angustiados para salir a la cancha a disputar su partido de Liga contra el CAI Zaragoza. Tenían las mismas dudas que cualquier aficionado. Un compañero acababa de estrellarse y el juego parecía macabro, una ruleta rusa. Al que entraba por vestuarios, se le tachaba de la lista. Un suspiro al comprobar que el recién llegado estaba bien mas una agonía al estrecharse la relación de candidatos. Los segundos se hacían horas y la tensión crecía al darse antes la noticia de la muerte de ese accidentado que su propio nombre. Fernando Romay recuerda que durante un buen rato sólo quedaban dos candidatos a ser la víctima: Quique Villalobos y Fernando Martín. A la vez se iba constatando que el accidente era mortal. Cuando Quique Villalobos llegó, con decenas de periodistas esperando en la entrada, sólo faltaba uno. Fernando Martín nunca se reuniría con sus compañeros. No estaba convocado para aquel partido ya que se estaba recuperando de unas dolencias en su espalda (esa que tanto le martirizó) pero quiso acudir a animar a sus compañeros. Nadie quería creerlo. La confusión dio paso a la incredulidad y ésta, a la frustración, a la impotencia más desoladora. Silencio en cada casa. Las ondas de radio y televisión se entremezclaban para dar certeza al peor de los augurios. Con voz de cristal, la muerte de Fernando se convertía en certeza. El partido se suspendió, sus compañeros no podían sino llorar de impotencia. La imagen de su hermano Antonio entrando por la puerta del Hospital con un ataque de rabia incontenible aún se aloja en nuestra memoria. Su amigo del alma, Juan Manuel López Iturriaga, que aquel mismo año dejó el club blanco para acabar su carrera en el Cajabilbao, recuerda que tuvo que jugar sabiendo que Martín había muerto hacía unas horas. "Mi mente estaba con el Madrid y con la familia de Fernando".
Nuestro jugador bandera del momento (con permiso de Epi) había muerto. Nos dejó cuando no le tocaba. El hombre falleció, la leyenda nació con tan sólo 27 años. A esa edad murieron otros mitos de la talla de Janis Joplin, Mimy Hendrix, Kurt Cobain o Jim Morrison. "Vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver", como James Dean, en un accidente de coche. Incrédulos, pensando en que era una broma, que un tío de la corpulencia de Fernando, más cercano a un Apolo que a un ser humano, era inmortal. F.M. ya no volvería a enfundarse la camiseta blanca nunca... Mis padres entraron precipitadamente en mi habitación para decirme la mala noticia. "Ya lo sé mamá", acerté a responder.
Cinco años antes trasnochabamos para ver aquella bendita locura que fueron los JJOO de Los Ángeles en los que el genial Fernando lideró un equipo capaz de ganar una medalla de plata olímpica, un éxito sin precedentes en lo que para muchos es la prehistoria del baloncesto y para otros es la base de lo que hoy tenemos. Los Romay, Solozábal, Arcega, Epi, Itu y Llorente, tenían en Martín el ariete con el que se derribaron las puertas de la Yugoslavia de Petrovic y la URSS de Sabonis y Tachenko. La cancha de baloncesto en la que tratábamos de imitar a nuestros ídolos se convirtió en un sitio de duelo, apenas cruzábamos palabras los siguientes días... más que caras largas, tristes... si Fernando era mortal, los demás lo éramos mucho más.
Cada generación tenemos fechas señaladas en el calendario que nos marcaron para siempre. Noticias felices, las menos, días oscuros, los más, en los que lo cotidiano se recuerda tanto como el propio hecho. ¿Y tú dónde estabas el día que....?, nos preguntamos a menudo. El día que Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre que pisaba la Luna, el día en el que Antonio Tejero entró en el Congreso de los Diputados, pistola en mano, para tumbar a la democracia, aquel 11-S poco antes de las 3 de la tarde cuando los terroristas de Al-Qaeda sembraron el pánico en el mundo estrellando dos aviones contra las Torres Gemelas o la sangre inocente derramada el 11-M en Madrid, por cuenta de unos bárbaros asesinos.
En el deporte, al menos en España, si hay un día en el que todos coinciden al afirmar que recuerdan perfectamente dónde y cómo vivieron y reaccionaron ante un suceso, ese es el 3 de diciembre de 1989. La muerte de una leyenda se marca más a fuego incluso que el más feliz de los éxitos conquistados. Dos décadas después, querido Fernando, tu recuerdo permanece intacto.
Yo me acuerdo de este día perfectamente... es curioso amigo, que a los dos nos marcara tanto la muerte del Gasol del momento. Bonito recuerdo
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